Cumpleaños


     Para su cumpleaños fueron a un restaurante mejicano que quedaba en la misma cuadra de su casa. Desde que lo inaguraron se habían prometido no ir pero la falta de planificación de Gilberto hizo que a última hora terminasen justo en ese lugar. Decidieron ir a pié dis que para disfrutar de la caminata pero la realidad es que ambos preferán disipar la incomodidad en el aire en vez de encajonarla en el carro.
     Ana sabía que Gilberto había olvidado su cumpleaños y que lo recordó al ver las cosas que le habían regalado sus compañeras de trabajo en especial un globo gigantesco que decía: ¡Felicidades!. No le molestaba eso. Tampoco le molestaba que la llevase el restaurante mejicano a última hora; era algo más en la línea de lo sublime. Era su forma de decirle felicidades como si le diera los buenos días y lo acompañaba con un beso en la mejilla y un medio abrazo. En su mente, Ana trataba de justificarlo: tiene mucho trabajo, está cansado, su familia lo drena...llevamos demasiado tiempo juntos. Esta última le aterraba y para no volverse un ocho la arrojó fuera de su mente y apretó la mano de Gilberto. Él se dejó llevar aunque no le gustaba hacerlo porque siempre sentía que le sudaban las manos. Pensaba en que después de todo resultó sorprendentemente conveniente la ubicación del restaurante y que gracias a todo esto se había salvado de que Ana se molestase con él.
     El nombre del restaurante estaba anunciado en un gigantesco letrero de neón color verde. "Charros" decoraba el tope del edificio de fachada simple y blanca. Al entrar suspiraron y se dejaron llevar por la anfitriona que les hacía caminar en zigzag entre un mar de mesas de segunda mano apiñadas sin orden aparente. Se sentaron y de inmediato pidieron margaritas. Durante la espera se dedicaron a observar en silencio la decoración de caracter chabacano aunque muy alegre. Burros dientones sonrriendo, cactuses con sombreros y bigotes y muchos, muchos listones de colores brillantes que celebraban la mejicanidad por todo lo alto. Llegó la mesera con las margaritas y en menos de diez minutos los vasos ya estaban vacíos. Así que una ronda se convirtió en seis pues sorbían en silencio y con rapidez. Ana y Gilberto apenas pudieron caminar de vuelta a su casa.
     Al otro día no pudieron ir a trabajar pues se la pasaron sudando la terrible resaca que ahora daba a los burros, cactuses y listones un carácter morboso.
      En adelante, todos los cumpleaños de Ana fueron celebrados en Charros con las mismas margaritas seguidas de las mismas resacas.

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