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Mostrando entradas de septiembre, 2012
Más que abajo de mi piel estoy yo. Nunca absuelta, nunca entera.Soy un mar de bocanadas estrechadas al "nunca jamás" .  Y ahí, nauseabunda juego a atrapar puñados de lo que creo que soy. Y es que somos entes de la ausencia. Del no ser; porque en ese camino de reconocer lo que se es, se esfuma toda certeza. Estamos tan llenos de nostalgia y desentendimiento que viajamos ciegos por la carretera de la vida. Viajamos atados al recuerdo donde todo es concreto.

Un globo rojo

Nació un domingo en una sucia esquina de la Feria de Brocca. De las manos callosas de un hombre circense que vestía mameluco y olía a sudor y alcohol, se hizo un globito rojo que luego fué en segundos un globo hecho y derecho al ser llenado con helio. Vino a parar en las manos de Gino, un seisañero malcriadísimo que durante dos largas horas estuvo pataleteando; hasta que a él llegó Globo.   Pero Gino no era muy limpio y sus manos repletas de caramelo no le sirvieron para agarrar a Globo que terminó enrredado en un alambrado de luces de la feria. Allí sirvió de promoción para la compra de otros globos que pasearon por un rato anclados de las manos de niños mucho más diligentes que Gino. Éstos, cumplieron su destino de globos y alcanzaron eventualmente su libertad volando por lo alto del cielo. Llegó la noche y con ella el sereno que fue severo con la piel de Globo. Al asomarse nuevamente el sol, lo dejó hecho una pasa colgando del concurrido alambrado de luces donde se posaban varias pa
...y olvidarme de que tengo pies que me atan a esta tierra.
Era martes y era septiembre cuando por primera vez habitaron la casa roja. Marcados por un extraño aire de familiaridad entraron y poco a poco se sumergieron en un mundo de polvo y oscuridad. Entonces, ya nada fue lo mismo. Se quebró todo lo estipulado. La seguridad llegó a su fin. La casa roja se los tragó vivos.
Había en sus ojos un aire de luna llena; de noche helada. Ese misterio que emanaba su mirada hacía que resplandeciese y por momentos podría jurar que veía un halo a su alrededor. Aunque no puedo recordar con presición la primera vez que le ví ni qué me llamó la atención en particular puedo dar fé de que en adelante, siempre que lo veía le seguía con la mirada que se comportaba como cual magneto hacia él. Eran sumamente casuales y fugacez nuestros encuentros. Lo encontaba casi siempre al ir de pasada por algún lugar y por segundos cruzábamos miradas. Yo, tan ingenua o tan tonta juraba que el tiempo se detenía al verle pasar; que parte de la noche que guardaba tras sus ojos se iba conmigo cada vez que nos encontrábamos. Y parece que así fué porque al salir el sol tras ellos no me volvío a hipnotizar y no le volví a ver. Fué como una estación lunar que no regresó.