Fobia a los gusanos

 Olvidé una olla con sobras de comida en el fregadero y a la mañana siguiente la sorpresa: una visita nongrata de pequeños visitantes albinos. "Por eso es que se lavan los trastes inmediatamente luego de usarlos. Lo pudiste haber evitado". "Lo se, lo se". Una patada en el estómago seguido por un sabor amargo crispante detrás de la lengua. Me tapo la boca y me alejo. Una retraida de recuerdos se asoman: la vez que metí la mano en la tierra mojada y me saludó una lombriz, esas tardes de lluvia donde al correr descalza por el patio salían insectos de movimiento serpentesco, aquella vez que buscaste un pedazo de tronco de caoba y lo acerqué a mi pecho para cargarlo y descubrí que estaba repleto de gusanos. Recordé mi primera perrita y la mañana que descubrí que estaba infectada de parásitos. Entendí otra vez esa costubre de botar la basura corriendo por pensar que están llenas de "cositas que se te trepan". También recordé a mi papá y como de pequeño, hacía todas las tareas de la casa menos esa de botar la basura precísamente por las "cositas". ¡Ay, la genética! Me imaginé a los hijos que no tengo igual de quisquillosos no queriendo tampoco botar la basura. Decidí romper la cadena. lleno la olla de agua y la lavo rápidamente tratando de olvidar el cosquilleo que invade mis piernas."Estoy lavando un traste como cualquier otro. Los albinitos no hacen nada. Son hasta de lo más simpáticos". En menos de un santiamén la tarea está lista y me siento intrépida. Esta mañana he borrado de mi secuencia genética la fobia a los gusanos.

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