Había en sus ojos un aire de luna llena; de noche helada. Ese misterio que emanaba su mirada hacía que resplandeciese y por momentos podría jurar que veía un halo a su alrededor. Aunque no puedo recordar con presición la primera vez que le ví ni qué me llamó la atención en particular puedo dar fé de que en adelante, siempre que lo veía le seguía con la mirada que se comportaba como cual magneto hacia él. Eran sumamente casuales y fugacez nuestros encuentros. Lo encontaba casi siempre al ir de pasada por algún lugar y por segundos cruzábamos miradas. Yo, tan ingenua o tan tonta juraba que el tiempo se detenía al verle pasar; que parte de la noche que guardaba tras sus ojos se iba conmigo cada vez que nos encontrábamos. Y parece que así fué porque al salir el sol tras ellos no me volvío a hipnotizar y no le volví a ver. Fué como una estación lunar que no regresó.


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