Un globo rojo

Nació un domingo en una sucia esquina de la Feria de Brocca. De las manos callosas de un hombre circense que vestía mameluco y olía a sudor y alcohol, se hizo un globito rojo que luego fué en segundos un globo hecho y derecho al ser llenado con helio. Vino a parar en las manos de Gino, un seisañero malcriadísimo que durante dos largas horas estuvo pataleteando; hasta que a él llegó Globo.   Pero Gino no era muy limpio y sus manos repletas de caramelo no le sirvieron para agarrar a Globo que terminó enrredado en un alambrado de luces de la feria. Allí sirvió de promoción para la compra de otros globos que pasearon por un rato anclados de las manos de niños mucho más diligentes que Gino. Éstos, cumplieron su destino de globos y alcanzaron eventualmente su libertad volando por lo alto del cielo. Llegó la noche y con ella el sereno que fue severo con la piel de Globo. Al asomarse nuevamente el sol, lo dejó hecho una pasa colgando del concurrido alambrado de luces donde se posaban varias palomas. Globo permaneció allí hasta que con el final de la primavera se fuera la Feria.

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