Érase una vez un corazón que era a un mismo tiempo un árbol no sabiéndose si era más árbol que corazón o más corazón que árbol . Aquel árbol no necesitaba tierra, tenía raíces. Aquellas raíces latían con fuerza, no necesitaban agua.

Pero cada año, los inviernos fueron más severos y las primaveras más escurridizas hasta que no aparecieron más. Cada hoja que al suelo se avecinaba llevaba en su baile los últimos rezagos de vida y no estando plantado en nada, la vida se le perdío en la nada y las raíces se comenzaron a secar.

El último otoño, tuvo la más hermosa primavera pensando el árbol que sería perpetua. Pero el tiempo hizo lo único que sabía hacer y fue fiel al cambio.
El último otoño las hojas caían pesadas, rojas y  mojadas. Cuando el invierno llegó, sólo quedaba un tronco seco que eventualmente se hizo polvo.

Aquel árbol murió de tristeza cuando dejó de latir.

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